14 de Noviembre de 2018
La arqueología durante el siglo XIX ha permitido aclarar la visión de Julio César sobre estas tribus
Los celtas conformaron una serie de pueblos -no uno solo, como se cree de manera extendida- que provenían de la zona del río Istro(Danubio), como aseguraba el historiador Herodoto (siglo V a.C.). Este colectivo se asentó en su mayoría en el noroeste europeo desde la última etapa de la Edad de Hierro hasta la Edad Media en la Península ibérica.
El legado de estas tribus ha disputado la legitimidad cultural entre las «siete naciones»: Bretaña, Gales, Cornualles, Escocia, Irlanda, Isla de Man y Galicia donde moraban los herederos de Breogán. Y aunque el legado celta se ha extendido en buena medida al centro de Europa, en esas tierras ya mencionadas es donde ha pervivido y trascendido con mayor fuerza la tradición de los pueblos del Danubio.
Poco antes de iniciarse la conquista romana (fines del siglo TH a.C.) la Península gozaba de un crisol civil entre iberos y celtas, donde los segundos se habían adueñado del centro, oeste y norte. Y cuando los nuevos invasores observaron su desenvoltura es probable que vieran en ellos un obstáculo para iniciar su empresa. Pero al no existir una tradición escrita por parte de los celtas los estudiosos únicamente disponían de las fuentes romanas. Esta carencia se ha prestado durante las distintas investigaciones para múltiples interpretaciones en los estudios historiográficos, y de manera inevitable la confusión.
El legado de estas tribus ha disputado la legitimidad cultural entre las «siete naciones»: Bretaña, Gales, Cornualles, Escocia, Irlanda, Isla de Man y Galicia donde moraban los herederos de Breogán
Sin embargo con los inicios de la arqueología durante el siglo XIX, las excavaciones han permitido revelar gran parte del enigma céltico. ¿Vienen todos de la misma matriz étnica? ¿Eran nuestros ancestros los celtas como los romanos dejaron constancia?.
Estas mismas cuestiones sucedieron tanto a la exacerbación nacionalista de los distintos territorios herederos, como a la creación de un sinfín de mitos que dieron lugar al desarrollo de una cultura paralela cuasi mística. Pero es ese halo romántico con olor a bosque y mar envuelto en la magia lo que permitió la creación de una de las leyendas más apreciadas por todos: los celtas.
La propaganda romana
Durante el período «prerromano» -como bien lo dice el término, antes de la llegada de los mismos tanto la Península como el resto del norte de Europa- las costas sufrieron diferentes oleadas migratorias de las distintas tribus procedientes de la zona del Danubio, entre las cuales destacaron los celtas.
Los celtas no tenían ningún interés en conquistar el mundo, pues bastante tenían en mantener la paz entre ellos mismos. Por derecho de antiguedad aquellas gentes
pálidas de cabellos claros tenían una mayor influencia sobre las áreas que habitaban, y ante aquella realidad los romanos se mostraron muy incómodos. ¿Pues cómo iba a efectuarse la empresa expansionista con aquellos grupos cómodamente asentados? De esta manera, muy hábiles en la tradición escrita -a diferencia de los celtas quienes por cuestiones religiosas decidieron legar la Historia a través de la memoria oral a las siguientes generaciones- iniciaron una terrible propaganda contra el enemigo.
Los romanos los describieron como bárbaros y primitivos -cuando dominaban el trabajo de los metales como nunca se había visto antes, pues para su tiempo eran pioneros en la fabricación de armas. Tenían una cultura artesanal muy delicada, de la que ha quedado constancia en el extraordinario trabajo visto en fíbulas, torques, escudos ceremoniales etc. Asimismo gozaban de una estructura social muy organizada. No obstante el Imperio romano trataría de mermar la fuerza de aquellos pueblos, levantando falsos testimonios. Entre aquellos discursos aseguraban que los celtas eran crueles y que buscaban la hegemonía de su poder mediante la más violenta expansión.
Al final la misión propagandística romana sí causaría el efecto deseado por los mismos, porque las falsedades continuaron en la posterioridad, pues aún miles de años después todavía se cree que eran los más terribles salvajes despiadados.
Lo cierto es que nuestros antepasados territoriales no tenían ningún interés en iniciar tan tediosa tarea de conquistar el mundo, pues bastante tenían en mantener la paz entre ellos mismos. Para sorpresa del lector no eran un solo pueblo, la razón de tanta disputa entre las tribus celtas de aquí y de allá.
Cuando Julio César habló del «pueblo celta»
Los responsables de la falsa creencia de que los celtas eran un todo indivisible se la debemos primero a los historiadores grecorromanos Hecateo y Heródoto. Por aquel tiempo, estos señores decidieron reunir a los distintos colectivos -pero que compartían la misma raíz lingiística y ciertas costumbres que se habían traspasado los unos a los otros- de aquellas gentes rubias bajo el término griego «keltics», para referirse a aquellos pobladores del noroeste europeo.
Julio César casaría a todas las tribus bajo «el pueblo celta» por los diferentes nexos culturales compartidos
Después Julio César contribuiría a esa vaga apreciación demográfica en sus «Comentarios sobre la guerra de las Galias». Aún enfrentados entre sí todos aquellos clanes, el célebre militar los casaría a todos bajo «el pueblo celta» por los diferentes nexos culturales que compartían. Y aunque todos aquellas tribus pasaban más tiempo enemistadas que proyectando visiones conjuntas, pasaron a la Historia como una sola manifestación social.
El legado arquitectónico celta
Gracias a los inicios de la arqueología en el siglo XIX han podido desmitificarse ciertas creencias sobre la infraestructura celta, entre los cuales se hacía mucho énfasis en la pobreza arquitectónica de estos pueblos. Es cierto que comparados con los grandes levantamientos romanos, los materiales de construcción empleados por aquellos clanes resultaban mucho más vulnerables al tiempo.
Sin embargo, estos poblados -rescatados durante las excavaciones a lo largo de dos siglos- demuestran lo contario. Tanto en la Galia como Bretaña y nuestra Galicia existen pruebas de que los distintos pueblos celtas podían presumir de una organizada complejidad en su infraestructura para la defensa contra los invasores.
Sin irnos muy lejos tenemos un gran ejemplo en el castro de San Cibrán de Las (Ourense). Esta joya histórica de los fortificados pensinsulares -en la que todavía siguen trabajando los arqueólogos- disponía de tres murallas y fosos para proteger a los habitantes de aquel asentamiento.
Eso sí, los menhires -o el reconocido círculo de piedras de Stonehenge (Inglaterra) no son parte del legado celta. A diferencia de lo que equívocamente se cree el célebre monumento es anterior a estos pueblos. Según las diversas fuentes históricas es probable que pertenezcan a un grupo conocido como «protoceltas», quienes – originarios también de los alrededores del Danubio- levantarían las piedras durante el neolítico británico.
Fuente: Revista de Historia